*Juan Gómez Corona se mimetiza con las aves que surcan el cielo; con una sola ala que se incrusta en su espalda se eleva hasta lo más alto del Cerro de las Antenas, lugar donde cientos de personas se reúnen para volar en parapente
Inés Tabal G
Ixtaczoquitlán, Ver. – Él habla con su parapente, le pide que lo ayude a hacer un gran viaje y que ambos regresen con bien. Cada que hace un vuelo y sus pies se despegan del suelo se mimetiza con las aves que surcan el cielo.
Juan Gómez Corona lleva 19 años recorriendo el cielo, conoce las corrientes de viento que lo elevan hasta lo más alto de este cerro. Sabe dónde y cómo aterrizar, pero en vez de tener dos alas como cualquier ave, cuenta con una sola.
Una sola ala fija que se incrusta en su espalda, se extiende por todo este valle verde y se eleva con el más mínimo soplar del viento. Con la ayuda de unas cuerdas que lo sostienen y con las que maneja la dirección de su viaje se dispone a despegar.
“Espera. La corriente ya bajó, vamos a esperar a que aumente un poco más las rachas”, dice mientras su cabeza se inclina hacia arriba, como si de favor le pidiera al viento que lo deje despegar.
Cuando las rachas aumentan ligeramente el hombre sabe que las condiciones han mejora, por lo que tiene que aprovechar la oportunidad. En menos de un segundo se eleva y cuando menos lo esperes se arroja al vacío sin el temor de caer.
“Inicie volando en Valle de Bravo. Llevo 8 volando solo y 11 con gente. Y bueno, aquí nos encontramos haciendo lo que más nos gusta que es volar”, dice.
Juanito, como también le llaman sus amigos, es de complexión delgada y pequeña, algo que ha tomado a su favor para que los vuelos sean más sencillos. Sus primeras experiencias en los aires las aprendió en Valle de Bravo, donde estuvo varios años practicando las técnicas de vuelo.
El gusto de volar inició de la nada. Una tarde vio como un ave se elevaba y permanecía quieta en el aire, como si el tiempo la mantuviera estática. Él quiso sentir esa sensación e investigó cómo podría simular el vuelo de un pájaro, sin necesidad de un avión.
Fue ahí que descubrió este deporte aerodinámico y quedó fascinado con las experiencias que se viven allá arriba, donde solo las aves y él pueden estar.
Para que un piloto esté preparado y certificado necesita un tiempo de 3 años. Esto con la finalidad de que aprendan enfrentar todas las inclemencias del viento como los vientos cruzados, térmicas, baja presión y alta, dice Juanito.
“Antes de volar debes de ver que el viento no esté tan exagerado, que haya una corriente bien, que no vaya a llover y que el ambiente reúna todas las condiciones necesarias. No importa si el tiempo está nublado, pero el viento debe estar a 14 kilómetros, ya un viento de 25 nos va a afectar”, cuenta.
Todos estos conocimientos que adquirió los ha compartido con las nuevas generaciones de “hombres y mujeres pájaros” que, como él, tienen las ganas de volar. Todos los días estas personas se reúnen en el Cerro de las Antenas donde tocan por unos instantes cielo y se mimetizan con las aves que los acompañan en cada despegue.